Por Eduardo Lazzari. Historiador.
El próximo sábado 7 de diciembre seguirá prolongándose la fiesta religiosa que para Santiago del Estero ha sido este año 2024. La elevación de la diócesis de la “Madre de Ciudades” como arquidiócesis primada de la Argentina y la creación del obispo Vicente Bokalic Iglic como cardenal presbítero de la Iglesia Católica, luego de su promoción a arzobispo, constituyen dos hitos que convertirán este tiempo en un recuerdo perenne de la predilección del papa Francisco por esta ciudad, la más antigua subsistente en el actual territorio nacional fundada por los españoles y la única imperial fundada en 1553 durante el mandato de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico.
El consistorio, ceremonia que se celebrará en la Basílica de San Pedro con la creación de 21 nuevos príncipes de la Iglesia (uno de ellos será el más anciano del Colegio Cardenalicio), tendrá también para la Iglesia Argentina el mérito de elevar el número de cardenales a la máxima cifra jamás alcanzada en la historia: ocho prelados argentinos con la púrpura, símbolo de sacrificio de Cristo. Fue curioso el caso del obispo indonesio Paskalis Bruno Syukur, franciscano que rechazó el nombramiento para seguir creciendo en su fe y en su compromiso cristiano.
Es por estos antecedentes que dedicaremos varias columnas dominicales a la historia de los cardenales argentinos que comenzó en 1935, cuando Santiago Luis Copello se convirtió en el primer purpurado hispano parlante de América, que además sería el único hasta hoy en participar de la elección de tres papas: Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI. Vale destacar que uno de esos 18 hombres se convirtió en el primer papa de América, hoy reinante, Francisco. La biografía de estos hombres de fe no es demasiado conocida y esperamos sirva para enriquecer la historia de los argentinos, en la que sin duda la presencia de la Iglesia Católica, con sus luces y con sus sombras, ha significado un aporte sin el cual las cosas hubieran sido diferentes.
Nace en el hogar formado por Juan Copello y María Bianchi en el pueblo de San Isidro, al norte de Buenos Aires, el 7 de enero de 1880. Fue bautizado en la iglesia matriz por el padre Diego Palma en esos tiempos de inmigración y gran laicismo social. Estudia sus primeras letras en una escuela estatal. Cursa el bachillerato en el colegio San José, a cargo de los Padres Bayonenses. La inclinación del adolescente por las cuestiones religiosas lo lleva a ingresar al Seminario Conciliar contando con sólo 14 años. La dispensa del arzobispo Federico Aneiros será premiada por su sucesor Uladislao Castellano, quien envía al joven Santiago a estudiar a Roma en el Colegio Pío Latino Americano, una universidad creada para la formación de los futuros obispos de la América Católica. En 1899 recibió el doctorado en filosofía, y en 1903 fue nombrado maestro y doctor en teología, títulos que Copello obtuvo en la Universidad Gregoriana de Roma.
Presbítero y Obispo
Fue ordenado presbítero en Roma el 28 de octubre de 1902, celebrando su primera misa al día siguiente en la basílica Santa María La Mayor, donde el papa Francisco ha dispuesto ser sepultado, y detrás de la cual se encuentra la Embajada Argentina en Roma. Inmediatamente Copello regresa a la Argentina y fue destinado a la diócesis de La Plata, creada poco tiempo atrás, donde el obispo Juan Terrero lo destinó al templo de San Ponciano como cura teniente. Al poco tiempo, en 1904, fue encargado de la notaría eclesiástica (una suerte de escribanía administrativa) y al año siguiente fue nombrado secretario general del Obispado, teniendo sólo 25 años. Mostró sus dotes de buen comunicador y fue capellán del hospital San Juan de Dios y de la cárcel del Buen Pastor.
El 8 de noviembre de 1918 fue nombrado obispo titular de Aulón, y auxiliar de La Plata, siendo ordenado donde había sido bautizado en San Isidro el 30 de enero de 1919. Fueron sus consagrantes los obispos Juan Terrero, José Orzali y Francisco Alberti. Desde entonces siguió la costumbre de visitar los pequeños pueblos bonaerenses, a los que solía llegar en sulky y predicaba con gran sencillez. En La Plata fundó los colegios San Vicente de Paul, la Sagrada Familia y fomentó los Círculos Católicos de Obreros, aunque su obra religiosa más notable fue el Seminario “Nuestra Señora de la Piedad”.
El 15 de mayo de 1928 fue enviado a Buenos Aires como auxiliar y al mes siguiente lo nombraron vicario general del Ejército. Ya instalado en la capital argentina comenzó la construcción de la primera iglesia castrense, Nuestra Señora de Luján. La enfermedad progresiva del arzobispo José María Bottaro lo puso a cargo de la sede porteña desde el 18 de diciembre de 1932. Fue el arzobispo que más parroquias fundó en la historia: 71. Construyó decenas de iglesias diseñadas por el arquitecto Carlos Massa, aunque su logro más significativo fue el Congreso Eucarístico Internacional de 1934, que tuvo lugar en Buenos Aires, por primera vez fuera de Europa y Estados Unidos. Para la Iglesia fue el inicio del proceso de reevangelización de la sociedad argentina, no exento de polémicas por la alianza tácita con el Ejército tras ese propósito.
Cardenal y Jefe de la Iglesia Argentina
El arzobispo Copello fue premiado con su creación como Cardenal Presbítero de San Jerónimo de los Croatas el 16 de diciembre de 1935. Fue el primer cardenal de habla hispana nacido en América. Poco tiempo después, el 29 de enero de 1936 la arquidiócesis de Buenos Aires fue declarada Primada de la Argentina, lo que convirtió a Copello en el primer Primado nacional. Con Santiago Luis Copello como líder, la Iglesia argentina duplicó su estructura territorial al crearse 11 diócesis, 10 de ellas el mismo día. Su cardenalato lo ubicó como jefe del episcopado argentino durante veinte años.
La cercanía de la Iglesia con los gobiernos de Agustín P. Justo y de Juan D. Perón fue motivo de gran polémica interna, tanto en la sociedad como en la Iglesia misma. Copello era un verdadero pastor de almas, pero pecaba de inocente en su trato con los gobernantes. Su entusiasmo con las declaraciones de Perón favorables a las posiciones católicas se vio mellado cuando lo político y lo religioso comenzó a superponerse. El enfrentamiento llegó a fines de 1954 al promover el gobierno el divorcio vincular, la supresión de la enseñanza religiosa y la legalización de la prostitución, al mismo tiempo que la prensa oficialista al gobierno comenzó a atacar a la Iglesia en sus más notables prelados, sobre todo contra Copello, al que acusaron de pederasta y jugador compulsivo.
Su marginación y el exilio
La nefasta jornada del 16 de junio de 1955, la más violenta de la historia moderna argentina, comenzó con el bombardeo a la Casa Rosada y culminó con el incendio del Palacio Arzobispal y diez iglesias históricas de Buenos Aires por parte de simpatizantes del gobierno de Perón. Ese día Copello fue llevado por un rabino que era su amigo a una sinagoga ante el temor cierto de un intento de asesinato en su contra. Entonces se produjo un inédito enfrentamiento entre los cardenales Copello y Caggiano (obispo de Rosario), saldado por el Vaticano a favor del segundo, cuando en un viaje a Roma para explicar los eventos ocurridos en el país el cardenal Copello esperó meses en vano entrevistarse con el papa Pío XII y sólo fue recibido por un obispo que trabajaba en la Secretaría de Estado llamado Antonio Samoré, quien décadas después evitaría con su habilidad una guerra entre Argentina y Chile.
Al regresar en barco desde Italia, fue notificado de su remoción como arzobispo de Buenos Aires a través del nombramiento de un administrador apostólico en la persona del arzobispo de Córdoba Fermín Lafitte, y su posterior traslado a la Cancillería Apostólica en 1959, un cargo de índole protocolar sin ninguna relevancia. Se radicó en Roma para siempre en 1959 y la única delicadeza que la Santa Sede tuvo para con él fue su promoción al título de San Lorenzo en Dámaso como cardenal. El cardenal Santiago L. Copello participó de tres cónclaves, en que elegidos papa su amigo Pío XII, el cardenal Pacelli en 1939; Juan XXIII, el cardenal Roncalli en 1958; y Pablo VI, el cardenal Montini en 1963. Asistió a las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II desde el 11 de octubre de 1962 hasta el 8 de diciembre de 1965. Para entonces su influencia en la Iglesia argentina había desaparecido.
Siendo Canciller de la Santa Iglesia Católica, murió en Roma el 9 de febrero de 1967 a los 87 años. Sus restos fueron repatriados y su sepultura se encuentra en la cripta de la basílica del Santísimo Sacramento, ya que en su testamento el cardenal había pedido ser sepultado allí, “hasta tanto Buenos Aires tuviera una catedral como la que merecía”. Hace poco tiempo, en un arcón de equipaje con una vieja etiqueta que lucía su nombre, se encontraron algunos enseres que le pertenecían y un libro mecanografiado por él al que llamó “Memorias de un viejo cardenal de 80 años”.
Hay homenajes a su memoria en gran cantidad de iglesias argentinas, pero las pasiones que despiertan aún hoy los tiempos convulsos en los que tuvo que participar como jefe de la Iglesia Argentina impiden que la institución eclesiástica recuerde su figura como la más trascendente del siglo XX. Como dato curioso el actual presidente Javier Milei asistió en el barrio porteño de Villa Devoto a un colegio llamado “Cardenal Copello”.
Para el próximo domingo, en estas páginas de “El Liberal” el compromiso es recorrer las biografías de Antonio Caggiano, Nicolás Fasolino y Raúl Primatesta, que gobernaron las jurisdicciones de Rosario, Santa Fe y Córdoba y fueron grandes protagonistas de la historia religiosa argentina.