Por Eduardo Lazzari. Historiador.
El Colegio Cardenalicio tiene tres órdenes: la de los obispos, que corresponde a los titulares de las iglesias suburbicarias de Roma y a los patriarcas de las iglesias orientales. En el primer caso, son aquellos titulares de las diócesis sufragáneas de Roma, es decir, las que conforman la provincia eclesiástica de la Ciudad Eterna, así como Santiago del Estero, junto a Añatuya y Concepción, conforman la del Tucumán, arquidiócesis titular de la provincia eclesiástica. Sigue la orden de los cardenales presbíteros, generalmente la más numerosa y finalmente la de los diáconos. Desde el punto de vista organizativo, los cardenales obispos eligen a su decano, confirmado por el papa, que se convierte en una suerte de “presidente del Colegio” a los fines administrativos. Hoy es el cardenal italiano Giovanni Battista Re. Pero el más importante es el camarlengo, cardenal que se hace cargo del gobierno temporal de la Iglesia durante la “sede vacante”, que es el tiempo entre la muerte del sucesor de San Pedro hasta la nominación del nuevo sumo pontífice, ostentando hoy ese título el irlandés Kevin Joseph Farrel.
La Iglesia Católica, desde el punto de vista institucional, es una monarquía teocrática absoluta, es decir que el elegido por el Colegio de Cardenales como obispo de Roma detenta el poder como soberano en el Estado más pequeño del mundo, la Santa Sede, cuyo territorio, el Vaticano, alcanza solo las 44 hectáreas de superficie. El hecho de que las normas legales y constitucionales existen no es óbice para que el Papa pueda modificarlas a su buen criterio y entendimiento. Hoy día está establecido que la cantidad de cardenales que están en condiciones de elegir al Papa en caso de muerte o renuncia del Sumo Pontífice (no está contemplada otra circunstancia para practicar la elección, como podría ser una incapacidad manifiesta) es de 120 miembros. Sin embargo, el papa Francisco, en el último consistorio en el que ha sido creado cardenal el arzobispo de Santiago del Estero, Vicente Bokalic Iglic, ha elevado ese número a 140, no quedando establecido que ocurrirá en caso de convocarse a un cónclave.
Durante la segunda presidencia de Julio Argentino Roca, este porteño nació el 29 de junio de 1904 en el seno de una familia de inmigrantes que decidieron volver a su tierra en el centro de Italia, por lo que su crianza y formación se dio allí. Vale destacar que, si bien es un nativo argentino, toda su vida religiosa transcurrió en Europa, salvo cuando ocupó puestos diplomáticos de jerarquía en diversos países, como Bolivia y Brasil, curiosamente también entre ellos Argentina, donde ofició de nuncio apostólico entre 1958 y 1969. Su familia se radicó en Macerata hacia 1910 y allí el niño Umberto mostró su piedad religiosa, lo que lo llevó a estudiar en el seminario diocesano, hasta que se trasladó al Pontificio Seminario Romano, luego al Pontificio Ateneo Romano, San Apolinario y finalmente a la Universidad de Roma.
Presbítero y diplomático
Fue ordenado presbítero el 14 de agosto de 1927 en Roma para la diócesis de Macerata e Tolentino. Se dedicó a las tareas pastorales en Macerat y se sumó como profesor en el seminario en el que había comenzado sus estudios religiosos. En 1935 fue enviado como secretario a las delegaciones apostólicas de Canadá y Gran Bretaña, siendo elevado a la jerarquía de asistente de cámara del papa Pío XI en 1936, cuando fue trasladado a Portugal. Siguió trabajando en la Secretaría de Estado hasta que fue nombrado por el papa Pío XII como prelado doméstico del Sumo Pontífice en 1948.
Arzobispo y nuncio en Argentina
Luego de una fecunda tarea, muchas veces bajo la tutela de un antiguo compañero de seminario, monseñor Antonio Samoré, fue nombrado nuncio apostólico en Bolivia y arzobispo titular de Side el 13 de noviembre de 1954. Fue ordenado arzobispo el 5 de diciembre de ese año en la capilla del Gran Seminario de Roma. Viajó a Sudamérica por primera vez desde sus tiempos infantiles hacia La Paz, donde cumplió su tarea hasta ser trasladado a su ciudad natal, Buenos Aires, como nuncio apostólico el 20 de septiembre de 1958, donde reemplazó a monseñor Mario Zanin, quien murió en el cargo. Le tocó la delicada tarea de recomponer el vínculo entre el Estado argentino y la Santa Sede luego de los brutales enfrentamientos de 1955. Fue recibido por el presidente Arturo Frondizi y gracias a su gestión por primera vez en la historia, un primer mandatario argentino fue recibido en Roma por un papa: Juan XXIII.
Participó como asistente al Concilio Vaticano II a las últimas dos sesiones plenarias en 1964 y 1965. Durante su larga gestión en Buenos Aires como representante de la Santa Sede, suerte de embajador, pero además con autoridad política sobre el Episcopado Argentino, hubo grandes logros en la relación entre el Estado y el Papado, como por ejemplo la sanción de la ley que sostenía el art. 28 del decreto ley 6403 de 1955, refrendado por el gobierno de facto del general Pedro Eugenio Aramburu, autorizándose desde entonces el funcionamiento regular de las universidades privadas con la atribución de otorgamiento de títulos de grado, lo mismo que se hizo extensivo a las escuelas privadas de nivel primario y secundario.
También puso fin a la larga negociación que culminó con la firma del Tratado del Concordato durante 1966, convenio que estableció las atribuciones del Estado argentino respecto de la Iglesia Católica y viceversa, ampliando las competencias ambas partes ordenando la relación en un mutuo respeto. Desde la perspectiva de la Iglesia, la cordialidad que Mozzoni supo imponer a su accionar diplomático significó grandes logros institucionales como la creación de 17 diócesis, entre ellas la que surgió de la división de la ahora arquidiócesis primada de Santiago del Estero: Añatuya, fundada el 10 de abril de 1961, junto a Avellaneda, Concordia, Goya, Neuquén, Orán, Rafaela, Río Gallegos, San Francisco y San Rafael. También en la década de su gestión fueron promovidos a obispos, hombres que se destacaron en los años siguientes, como Raúl Francisco Primatesta, Eduardo Pironio, Antoni Quarracino y Alberto Devoto, entre muchos más.
Pero también su nunciatura debió enfrentar los graves conflictos que se produjeron en Córdoba, Rosario y Mendoza entre los obispos Ramón Castellano, Guillermo Bolatti y Alfonso Buteler y sus respectivos cleros, episodios que culminaron con masivos castigos, reducciones a estado laical y vio lentos hechos de rebelión a la autoridad episcopal frente a los cuales Mozzoni tuvo una actitud de respaldo a los prelados. La tarea más ingrata que Mozzoni tuvo que llevar adelante fue hacer renunciar al obispo de Avellaneda, Jerónimo Podestá, quien mantenía una relación sentimental que posteriormente derivó en matrimonio con la secretaria de la diócesis, Cleria Luro. Ante la negativa de Podestá dejar su cátedra, Mozzoni recurrió a la fuerza pública para desalojarlo en medio de un gran escándalo en diciembre de 1967.
Cardenal y funcionario Vaticano
El 19 de abril de 1969 el nuncio Mozzoni fue trasladado al Brasil, antes que la Argentina se sumiera en un tiempo de gran violencia política a la que no fue ajeno un sector importante de la Iglesia Católica, sobre todo por la gran influencia de los sacerdotes tercermundistas. Se encontraba Mozzoni cumpliendo su tarea en la nueva capital Brasilia cuando fue creado cardenal diácono de San Eugenio el 5 de marzo de 1973, el mismo día que lo fuera el arzobispo cordobés Raúl Francisco Primatesta. Fue la primera vez en la historia que dos argentinos accedieron a la púrpura. Ese mismo día dejó la nunciatura en Brasil y viajó a Roma, donde lo esperaba un destino de poder más importante. Tenía 69 años.
El 19 de junio de 1974 el papa Pablo VI lo nombró presidente de la Comisión de Cardenales, cargo de los santuarios pontificios de Pompeya, cerca de Nápoles, y de la Santa Casa, en Lore. En este cargo le correspondió participar de los funerales de Pablo VI y Juan Pablo II, siendo participante de los cónclaves de agosto y de octubre de 1978, siendo este último la reunión que eligió a Juan Pablo II, el primero de origen no italiano en varios siglos. El 15 de junio de 1980 se convirtió en el cardenal protodiácono, el más antiguo del orden de los diáconos, y que tenía antiguamente la función de coronar al Papa, algo que ya no ocurre, y actualmente es el que anuncia la elección de un nuevo pontífice. Dejó de serlo al ser promovido a cardenal presbítero de la misma iglesia de San Eugenio.
Estaba celebrando misa cuando se desplomó en una iglesia romana y falleció el 7 de noviembre de 1983 a los 79 años. Fue sepultado en la catedral de Macerata, ciudad en la que había pasado su infancia y su juventud y el lugar donde comenzó su carrera eclesiástica. La Argentina lo ha olvidado en sus relatos sobre la historia de la Iglesia y se puede decir que fue el tercero más importante de los cardenales argentinos en la jerarquía de la Iglesia universal, detrás del papa Francisco, el antiguo cardenal Jorge Bergoglio; y del cardenal Eduardo Pironi que llegó a ser presidente del Consejo Pontificio de los Laicos, y hoy es beato.
Si Dios quiere, el próximo domingo abordaremos la vida de unos de los más interesantes hombres de la Iglesia argentina en toda su historia: el cardenal Raúl Francisco Primatesta, a quien muchos de los lectores de “El Liberal” recordarán su larga estadía como arzobispo de Córdoba y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina.