Por Eduardo Lazzari. Historiador.
Es sabido que el día de la Tradición, celebrado en todo el país el pasado domingo 10 de noviembre, se ha convertido con el paso del tiempo en la conmemoración de la tradición gauchesca, en el festejo de las costumbres del hombre de campo, lo cual ha circunscripto el concepto de lo tradicional a lo que representa la actividad más antigua de orden económico y social en el país, desde los tiempos coloniales. No está de más decir que la tradición también tiene que ver con los seculares modos y comportamientos que la llegada de los millones de inmigrantes que, sumados al criollo y al indio, han dado grandeza al país. No puede entenderse la Argentina sin el gaucho y por eso la fecha recordatoria está vinculada al poema “El gaucho Martín Fierro”, obra magna de la literatura argentina y sudamericana creada por el multifacético José Hernández.
En este domingo recorreremos algunos aspectos de la vida del gran escritor nacional, que nos permitirán tener un panorama completo de una personalidad enjundiosa, polémica, imbuida de una indudable pasión argentina, y sobre toda un hombre inconformista fiel a sus principios morales y a sus convicciones públicas, que eligió el camino de la lealtad a sus ideas y no el simple expediente de la comodidad, que sin duda lo hubiera llevado a la intrascendencia y al rápido olvido, aunque es prudente sostener que para el historiador queda vedada la posibilidad del planteo contra – fáctico, es decir tratar de imaginar como hubieran sido los hechos del pasado si no hubiesen sido como lo fueron.
El político
En 1859 ingresa al Club Socialista Argentino, luego de la batalla de Cepeda y tiempo después de protagonizar un evento polémico: se trenzó en un duelo con un oficial de la propia tropa que peleó al mando de Justo José de Urquiza. En 1860 se incorpora a la Logia del Litoral, de la que pronto se convierte en secretario, comenzando su larga trayectoria en la institución discreta que había sido fundada en la Argentina por José Roque Pérez en 1857. Desde la instalación del gobierno del presidente de la Confederación Santiago Derqui ocupa cargos menores de índole administrativa, y dado su oficio público llega a convertirse en secretario de Gobierno de Corrientes, provincia que era mandada por el coronel Evaristo López, en tiempos de la guerra de la Triple Alianza en 1866. Hernández se mantuvo enrolado en el partido federal.
Luego vendrían los tiempos de exilio por su participación en las rebeliones mesopotámicas de Ricardo López Jordán, y una vez regresado al país y radicado en Buenos Aires, comienza su oficio de librero fundando en sociedad con Rafael Casagemas la “Librería del Plata”, que será suya a finales de 1878. Se convierte en diputado de la provincia de Buenos Aires en 1879 y será uno de los promotores de la fundación de una nueva capital, acompañando la idea del gobernador Dardo Rocha, quien asumió luego de los eventos sangrientos provocados por Carlos Tejedor y que culminaron con la asunción del general Julio Argentino Roca a la presidencia, a quien apoyó fundando junto a jóvenes de su época el Club de la Juventud Porteña.
En el debate por la federalización de Buenos Aires se enfrentó airadamente con Leandro N. Alem defendiendo con fervor la posición del presidente Avellaneda. Fue promotor de la ley que expropió las tierras en las que se fundó el pueblo de Necochea, en homenaje al héroe de la Independencia, el 12 de octubre de 1881. Fue defensor de la ley que fundó la ciudad de La Plata, y se sostiene que fue quien propuso el nombre de la nueva capital, aunque las versiones difieren si fue en el sentido de darle al río de la Plata el metal precioso del que carecía, o si lo hizo como un juego dialéctico con algún apellido familiar antiguo. En su casa de Belgrano celebró un asado el día en que se sancionó la ley el 1 de mayo de 1881.
Este último año fue elegido senador provincial, donde se hizo evidente su cambio de posiciones respecto de sus años de juventud. Dejó de lado el enfrentamiento contra las posiciones económicas y sociales de lo que sería luego conocido como la Generación del ’80, y se convertirá en uno de sus miembros más conspicuos. Se convirtió en defensor de los principios constitucionales de fomento de la construcción de ferrocarriles, de promoción de la inmigración europea y de consolidación del estado nacional como fuente de progreso para toda la sociedad. Su participación política se destaca por su apoyo al general Roca durante toda su presidencia.
El “Martín Fierro”
Se ha dicho que los primeros intentos literarios de Hernández estuvieron dedicados a una poesía erudita, en la cual no tuvo gran éxito, a pesar de su enjundiosa profesión periodística. En la última parte de la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento, y a pesar de la persecución que el sanjuanino mantuvo contra los que apoyaron las rebeliones contra el gobierno central en Entre Ríos, a mediados de 1872 el poeta se instaló casi clandestinamente en el Hotel Argentino de Buenos Aires, ubicado frente a la Casa de Gobierno, donde hoy se ubica la sede central de la Secretaría de Inteligencia de Estado, sobre la calle Rivadavia, hecho que pone en evidencia que la persecución política no era tan potente.
Hernández se dedica prontamente a la poesía romántica, pero en recuerdo de sus tiempos camperos, comienza a delinear un poema ambicioso en su extensión, al que dividirá en cantos, utilizando en su gran mayoría la estrofa de seis versos octosílabos en los que aplica una rima consonante y se destaca por el uso de los modismos y vocablos del gaucho, al que el autor se acostumbró en sus estadías en los establecimientos de campo sureños de Buenos Aires, pero que nunca utilizaba en su lenguaje habitual. Esto pone de manifiesto un esfuerzo extraordinario que culmina en una obra popular que tiene una erudición por contrapunto.
El 28 de noviembre de 1872 el diario “La República” inicia la publicación de los versos de “El Gaucho Martín Fierro”, título que pre sume un homenaje al general salteño Martín Miguel de Güemes, el supremo conductor de la guerra “gaucha” llevada adelante contra los españoles entre 1815 y 1821. El éxito es inmediato y en diciembre ya se publica como libro. El texto posee 2316 versosdivididos en 13 cantos. Comenzó a ser leído en los ámbitos populares y camperos, como pulperías, almacenes de campos y fogones, donde su lenguaje llano y pletórico de giros poéticos con lenguaje sencillo eran de fácil comprensión, pero sobre todo expresaban con claridad los avatares del gaucho en las pampas argentinas, en tiempos anteriores a la Campaña del Desierto.
Son memorables algunas estrofas que forman parte de la memoria presente de los argentinos. La genialidad con que el gaucho se presenta e invoca a la divinidad en el comienzo del poema lo convierte en una pieza única de la literatura americana: “Aquí me pongo a cantar/ al compás de la vigüela,/que el hombre que lo desvela/ una pena estrordinaria,/ como la ave solitaria/ con el cantar se consuela. Pido a los santos del cielo/ que ayuden mi pensamiento:/les pido en este momento/ que voy a cantar mi historia/ me refresquen la memoria/y aclaren mi entendimiento.”.
El carácter dramático de las vicisitudes del gaucho Fierro, sus peleas con el indio, sus excursiones forzadas a la frontera y sobre todo la expresión de sentimientos del hombre de campo convertido en fortinero es impecable. La sencillez del relato, la utilización del lenguaje llano y entendible aún para el hombre citadino, y la contextualización del momento histórico lo convirtieron en un éxito editorial como no había ocurrido nunca. Fierro se convierte en el coraje encarnado, la integridad indisoluble y la representación del carácter argentino, produciendo un cambio paradigmático en la percepción de la identidad nacional.
En 1879, cuando el libro era inmensamente popular, publica la segunda parte llamada “La Vuelta de Martín Fierro”, más ambiciosa y consistente en 33 cantos de 4894 versos. Se repite la sensación editorial y está contenido allí el párrafo más conocido de la literatura argentina, prácticamente una sentencia sagrada de la cultura: “Los hermanos sean unidos/ porque ésa es la ley primera,/tengan unión verdadera,/ en cualquier tiempo que sea,/ porque si entre ellos pelean/ los devoran los de ajuera.”. Son los más sentidos versos sobre la fraternidad que pueden leerse.
Hasta hoy se han publicado y lo siguen haciendo centenares de ediciones, en decenas de idiomas, destacándose entre tantas la edición que la Editorial Universitaria de Buenos Aires hiciera en la década de 1960 con ilustraciones de Juan Carlos Castagnino. La obra literaria de Hernández se completa con tres títulos menores en comparación con su texto magno: “Los Treinta y Tres Orientales”, “Instrucción del Estanciero”; y “Vida del Chacho”.