Por Eduardo Lazzari · Historiador
En esta primera parte, recorreremos los momentos de crisis económicas que fueron resueltos a través de políticas de ajustes. Éxitos y fracasos en el objetivo de lograr una vida mejor para todos los argentinos.
Las medidas de política económica que el presidente Javier Milei viene implementando desde su asunción hace sólo tres semanas han generado un gran debate público, que más allá de la discusión sobre las formas, representa la presentación de un plan que intenta cambiar en forma contundente la orientación de la economía argentina consolidada en los últimos ochenta años. Sin duda, desde la perspectiva de la economía política, la implementación de las medidas tomadas por el Poder Ejecutiva puede ser definida como un ajuste ortodoxo clásico tendiente a la estabilización de las variables, tales como la inflación, el déficit fiscal, las cuentas públicas, la recomposición de las reservas de divisas internacionales, que toma como política central la desregulación de la actividad económica del país.
Pero como siempre decimos, la historia es una cantera de ejemplos anteriores en el tiempo, que permite un análisis más profundo sobre las circunstancias del presente, y que ayudan a una previsión del futuro más adecuada. Desde la sanción de la Constitución Federal de 1853 en Santa Fe de la Veracruz, la Argentina comenzó un rápido proceso de integración económica con las potencias europeas, por entonces las naciones más ricas del mundo, que permitió un desarrollo del país que lo colocó entre los más ricos a principios del siglo XX, algo demostrado por las cifras fiscales, pero sobre todo por la llegada de millones de inmigrantes que encontraron en nuestro suelo el mejor lugar del mundo para tener una vida digna y sobre todo mucho mejor que la que tenían en sus países de origen.
Recorreremos entonces hoy los momentos de crisis económicas que fueron resueltos a través de políticas de ajustes, sobre todo para descubrir cuales tuvieron éxito y cuales fracasaron en el objetivo de lograr una vida mejor para todos los argentinos. Vale aclarar que el largo período desde 1853 hasta hoy puede ser dividido en dos grandes tiempos: el de los ajustes a través de los mecanismos de libre cambio (1875 a 1936) y los ajustes con intervención estatal en la fijación de los precios de la economía (1943 al presente).
Los ajustes en tiempo de mercado
El ajuste de Avellaneda
El tucumano Nicolás Avellaneda asumió la presidencia en 1874 y la economía estatal mostraba cierto agotamiento por la conjunción de dos factores preponderantes: los ingentes gastos provocados por la guerra de la Triple Alianza entre 1865 y 1870, y la política de endeudamiento de Sarmiento, primer mandatario entre 1868 y 1874, establecida para fomentar una gran inversión pública en infraestructura y garantizar sobre todo la construcción de ferrocarriles, fundamental para la modernización de la producción nacional. El tradicional optimismo argentino se topó con la dificultad de pagar los servicios de la deuda (capital más intereses) debido al hecho de que los resultados económicos de las inversiones realizadas no se dieron en los tiempos previstos, provocando una crisis de balanza de pagos.
Sin la intención de aburrir, hay que decir que la balanza de pagos es el mecanismo de compensación en divisas, en aquel tiempo el oro, entre las exportaciones, los préstamos obtenidos y las inversiones extranjeras (entrada de divisas al país) contra las importaciones, los pagos de deudas e intereses, y los dividendos de las empresas foráneas. Durante 1875 el deterioro de la balanza de pagos se acentuó, ya que los ingresos no fueron suficientes para pagar los compromisos externos y eso obligó al presidente a tomas medidas muy duras para equilibrar las cuentas.
En el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso pronunciado el 6 de mayo de 1876, Avellaneda expresó estas duras palabras que pasaron a la historia, aunque a veces mal interpretadas: “La República puede estar dividida hondamente en partidos internos, pero no tiene sino un honor y un crédito, como sólo tiene un nombre y una bandera ante los pueblos extraños; hay dos millones de argentinos (la población del país por entonces) que economizarían hasta sobre su hambre y sobre su sed, para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros”.
La reducción de los sueldos públicos, sumada a la baja general de los gastos estatales, permitió cumplir con los servicios de la deuda pública y la honra de los compromisos financieros por parte del gobierno hizo que el crédito argentino se convirtiera en uno de los más confiables de la tierra. La superación de esta crisis inició el camino hacia la más prolongada expansión de la economía que haya tenido la Argentina en su historia, que duraría medio siglo y llevaría el producto bruto por habitante a ser el tercero del mundo en la década de 1920. Pero la prosperidad no siempre es eterna, sobre todo si no hay previsión y responsabilidad en el manejo de las finanzas públicas. El sucesor de Avellaneda, también tucumano, el general Julio Argentino Roca lo expresó con palabras sencillas: “A los argentinos siempre nos faltan cinco pa’l peso, y entonces lo pedimos prestado”.
La crisis de 1890 y el piloto de tormentas Carlos Pellegrini
Los excelentes resultados económicos del país durante la década de 1890 llevaron a Miguel Juárez Celman, presidente que asumió en 1886 gracias al apoyo de su concuñado Roca, a encarar el futuro con exagerado optimismo, aumentando el endeudamiento privado y público con una política expansiva del gasto y de la emisión monetaria, lo que tuvo como consecuencia una burbuja bursátil con precios de las acciones en vertiginoso crecimiento. Pero cuando se hicieron evidentes las limitaciones financieras de propios y extraños, se derrumbó la Bolsa de Comercio, quebraron varios bancos y el estado nacional enfrentó grandes dificultades para honrar la deuda pública.
El ambiente político se enrareció y la alianza entre Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen y Leandro Alem produjo la “Revolución del Parque”, iniciada el 26 de julio de 1890, que fracasó militarmente pero causó la caída del presidente, que renunció el 6 de agosto, luego que en el Senado uno de sus aliados pronunciara la frase fatal: “La revolución ha fracasado pero el gobierno está muerto”. El vicepresidente Carlos Pellegrini asumió la primera magistratura pero eso no cambió la desesperante situación. Se debía pagar un servicio de la deuda que era imposible enfrentar con los recursos fiscales, que habían caído un 30%.
Estos tiempos están excelentemente retratados por dos libros: La bolsa de Julián Martel, y Sin Rumbo de Eugenio Cambaceres, recomendando en forma entusiasta su lectura, que hoy tiene una gran actualidad. Pellegrini reunió en su casa a hacendados, comerciantes, banqueros y ofreció la suscripción de un bono por quince millones de pesos, que fue aceptado y permitió el pago pendiente. Se cuenta que Pellegrini fue el primero en suscribir ciento cincuenta mil pesos, y que al final de la ronda sobraron cerca de un millón y medio, y entonces el presidente dijo que los primeros suscriptores quedaban a la espera de futuras necesidades, lo que demostraba su astucia a pesar de la crisis.
El hecho de que las inversiones en ferrocarriles y puertos comenzara a rendir sus ganancias, además de mejorar la infraestructura necesaria para el comercio, hizo que la salida de la crisis fuera muy rápida y cuando Pellegrini entregó el mando el 12 de octubre de 1892, ya la economía volvía a estar en plena producción, habiéndose repuesto el crédito público y recomenzado la llegada de inversiones extranjeras, que en el caso de Gran Bretaña fueron las más importantes jamás realizadas por ellos fuera del imperio británico en toda la historia. Su acción de gobierno le valió a Pellegrini el título popular de “piloto de tormentas” su frase sobre el progreso argentino siempre vuelve: “La República Argentina está llamada al progreso perpetuo”.
El ajuste de De La Plaza en tiempos de la Primera Guerra Mundial
El largo período de paz desde 1871 hasta principios del siglo XX, sumado a la economía capitalista floreciente que logró esquivar durante cuatro décadas cualquier crisis, hizo que fuera impresionante el impacto del inicio de la Gran Guerra Europea, que conocemos hoy como la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914. Al mismo tiempo en Argentina se producía la muerte del presidente del voto secreto, universal y obligatorio, Roque Sáenz Peña, que fue reemplazado por el salteño Victorino de la Plaza, un avezado abogado especializado en temas económicos, que había sido procurador del Tesoro en la crisis de 1876 y negociador argentino ante los bancos europeos en la crisis de 1890.
Hay que aclarar que los ingresos fiscales nacionales dependían exclusivamente del comercio exterior, ya que los derechos de importación y de exportación alcanzaban a cubrir los gastos del estado, sumados a los beneficios de la ingente cantidad de oro que la Argentina había acumulado por sus saldos favorables del comercio exterior. En la Argentina no se pagaban impuestos nacionales de ningún tipo. La guerra hizo caer verticalmente las exportaciones y se dificultaron las importaciones, lo que llevó al Tesoro a quedar sin recaudación. De la Plaza tomó una medida draconiana, que fue reducir los gastos nacionales a la mitad, restringiendo los sueldos estatales hasta el extremo de suprimir los refrigerios en las oficinas públicas, que por esos años era un té con masitas.
Además, para honrar la deuda pública, se abrieron las embajadas y los consulados argentinos en Europa como agencias de depósitos de oro para los habitantes de los países en guerra. Todos los países habían declarado la inconvertibilidad de sus monedas, incluso la Argentina, donde ya no entregaba la Caja de Conversión el oro por el peso papel al valor de conversión de 1900: un peso papel era equivalente a 44 centavos de pesos oro. La Argentina fue el país más confiable para quienes querían poner a seguro sus bienes, lo que permitió pagar puntualmente los servicios de deuda, sin recurrir al oro acumulado en el país, lo que hizo que la década siguiente fuera la de mayor prosperidad en la historia económica, sobre todo durante la presidente de Marcelo Torcuato de Alvear, quien volvió a la convertibilidad haciendo que el peso se convirtiera en la moneda más poderosa del mundo detrás de la libra esterlina británica.
La crisis del capitalismo de 1929 iba a cambiar la historia. Comenzaría el proteccionismo y la Argentina supo navegar esas aguas tormentosas. Será el tema del próximo artículo sobre los ajustes económicos.