Por Eduardo Lazzari · Historiador
En esta segunda parte, analizamos el paso de la prosperidad a la crisis del ‘30. La quiebra de la Bolsa de Nueva York cambió la historia del siglo pasado y dio lugar, en nuestro país, a una reforma económica de inspiración keynesiana, la primera que se aplicó en el mundo.
La integración que la Argentina había tenido al mundo desarrollado de entonces fue un caso ejemplar entre 1853 y 1929. Pero esto se entiende solo si se considera que durante ese largo tiempo de tres cuartos de siglo el país había fortalecido sus instituciones políticas y fue consecuente en las políticas de estado, que se mantuvieron a pesar de los avatares partidarios, sobre todo el cambio producido en medio de la Primera Guerra Mundial, cuando el largo tiempo de los gobiernos liberales y conservadores de la Generación del ‘80 dio lugar a la llegada al poder del radicalismo con la presidencia de Hipólito Yrigoyen en 1916.
Las cuatro grandes estrategias estatales que mantuvieron sus benéficos efectos hasta la medianía del siglo XX fueron fundamentales para el progreso argentino: inmigración abierta a todos los habitantes del mundo; educación gratuita, elemental, normalista y obligatoria, iniciada a nivel primaria en 1884, continuada en los secundarios hacia 1901 y culminada con la reforma universitaria en 1918; relaciones exteriores pacifistas y neutralistas; y desarrollo económico en un esquema de libre cambio, con intervenciones puntuales del estado para equilibrar algún desajuste de mercado.
La década de 1920 fue extraordinaria en términos sociales, con la llegada de más de un millón de inmigrantes, el establecimiento de las primeras cajas jubilatorias generales, la aplicación de leyes sociales modernas; así como lo fue en el aspecto económico donde el 50% de la economía tenía que ver con el comercio exterior; la caída de la deuda pública y el equilibrio de las cuentas fiscales, sobre todo por la gran acumulación de oro que ubicó al peso moneda nacional como una de las monedas de reserva más utilizadas en el orbe.
Es curioso que la historiografía en general, pero sobre todo la historia económica, deje de lado un profundo análisis de los años ‘20, y quien esto escribe sostiene, como algunos otros colegas, que el olvido sobre todo del gobierno de Marcelo T. de Alvear, del cual estamos transitando su centenario, es deliberado. Para una visión de estos tiempos se destaca el libro de Pablo Gerchunoff El Eslabón Perdidodedicado a los tres gobiernos radicales entre 1916 y 1930.
La crisis del ‘30
La enorme acumulación capitalista producida desde los finales del conflicto armado global de 1914 a 1918 tuvo gran efecto en la Argentina. Pero desde la perspectiva política, la aparición del comunismo luego de la Revolución rusa de 1917 como modelo de confrontación contra el capitalismo con Lenin y Stalin en el gobierno de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, tuvo un efecto aterrador a nivel mundial. En nuestro país las huelgas obreras producidas entre 1919 (los metalúrgicos de los talleres porteños de Vasena), en 1921 (los madereros de la Compañía “La Forestal” en Santa Fe y el Chaco) y en 1921 y 1922 (los peones rurales de Santa Cruz) fueron reprimidas desde la lógica de evitar la propagación de las ideas disolventes del estado liberal sostenidas por anarquistas y comunistas.
El hecho que cambió la historia económica y social del siglo XX fue la quiebra de la Bolsa de Nueva York el 29 de octubre de 1929, que derivó en una pérdida gigantesca de inversiones bursátiles, una quiebra generalizada del sistema bancario estadounidense y una brutal recesión conocida como la “Gran Depresión”: el producto bruto de EE.UU. cayó un 25% y la pobreza alcanzó niveles nunca vistos. La propagación de la crisis sobre el resto de los países fue tal que el comercio exterior llegó a niveles de un siglo antes, y la respuesta de los países centrales (Gran Bretaña y Francia) fue el proteccionismo, dando por terminado el largo tiempo de prosperidad producto del libre cambio y la segunda revolución industrial.
Vale la pena aclarar que en el capitalismo lo bursátil, lo financiero y lo productivo tienen una interrelación que no puede obviarse, a pesar del intento de algunos sectores intelectuales de tomarlos como aspectos disociados entre sí, habiendo logrado un “éxito” discursivo, separando las inversiones del trabajo, y las finanzas de la mal llamada “economía real”.
Argentina: del libre cambio a la intervención estatal
Gran Bretaña y su imperio era la potencia hegemónica mundial, sólo amenazada por el crecimiento estadounidense, a pesar de lo cual no pudo evitar las consecuencias del deterioro económico global y convocó para mediados de 1932 a una conferencia de todos los países imperiales en Otawa, Canadá, donde se asumió como fracaso el patrón oro para las relaciones económicas mundiales, se fijaron tarifas preferenciales para los integrantes de lo que sería la Comunidad Británica de Naciones (Commonwhealth), y sobre todo se decidió dejar de lado el libre comercio, estableciendo una política proteccionista intraimperial.
Desde el punto de vista fiscal, y siguiendo las ideas de John Maynard Keynes, quien publicaría en 1936 su Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, se bajó la tasa de interés, se incrementó la emisión monetaria y se expandió el gasto público. Las dos grandes frases keynesianas que han pasado a la historia fueron: “El mediano plazo nos encontrará a todos muertos” y “un poco de inflación no hace mal a nadie”. Durante 60 años estas fueron las máximas que rigieron la economía capitalista en el mundo, dejadas de lado por Richard Nixon y Ronald Reagan en EE.UU. y Margaret Thatcher en Gran Bretaña entre 1970 y 1980.
Para la Argentina, la caída del comercio internacional fue muy grave: la acumulación de stocks exportables sin mercados para su venta; junto a la disminución de los recursos fiscales, ya que sólo se recaudaba a través los derechos de exportación e importación. A la crisis económica se sumaron las consecuencias horribles del golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 encabezado por el general José Félix Uriburu, que derrocó al radical Hipólito Yrigoyen. Los tortuosos diecisiete meses de la llamada “Revolución del ‘30″, que finalizaron con el general Agustín P. Justo en la presidencia luego de las amañadas elecciones de noviembre de 1931, tuvieron una consecuencia que aún afecta la vida de los argentinos: Uriburu estableció el impuesto a los réditos como recurso de emergencia, situación que llega hasta hoy como impuesto a las ganancias, y que sigue siendo motivo de la discusión política actual.
La condición de ingeniero civil de Justo hizo que su gobierno fuera el más “tecnocrático” hasta entonces. Su canciller Carlos Saavedra Lamas, que recibiría el Premio Nobel de la Paz en 1936, propuso negociar con Gran Bretaña para cambiar las condiciones de la Conferencia de Otawa, muy negativas para la economía nacional. Se decidió enviar a Londres una delegación encabezada por el vicepresidente Julio A. Roca (h) que terminó firmando en 1933 con el gobierno británico lo que se conoce como el “Tratado Roca Runciman”, quizá el texto diplomático menos estudiado y más criticado del siglo XX. El signatario por Gran Bretaña fue Walter Runciman, presidente de la Junta de Comercio del gobierno de Londres.
Para la Argentina significó reconocer su posición de potencia regional no global, logrando la reapertura de las exportaciones de carne argentina a Gran Bretaña, a la vez que se hicieron concesiones en temas de transporte y aranceles. La puesta en marcha de este tratado provocó escándalos de corrupción, como los denunciados por Lisandro de la Torre en 1935, aunque contradictoriamente para la economía argentina significó evitar la caída del producto bruto y reiniciar el camino de la expansión y frenar un masivo desempleo.
Federico Pinedo: el primer keynesiano
Aprobado el acuerdo con Gran Bretaña por el Congreso Nacional, el presidente Justo reorganizó su gabinete y nombró en la cartera de Hacienda al socialista Federico Pinedo, quien puso en marcha el primer plan económico de inspiración keynesiana que se aplicó en el mundo. Se crearon diversos organismos de intervención estatal para restablecer el equilibrio perdido de la economía productiva: la Junta Reguladora de Carnes y la de Granos, además de las dedicadas al vino, la leche y la yerba mate. Con estos instrumentos, sostenidos con emisión monetaria, se pudo lograr la recuperación de la producción a los niveles previos a 1929. Además, se llevó adelante un gigantesco plan de obras públicas, que movilizó la industria y logró pleno empleo.
Hay que decir que los grandes niveles de monetización de la economía no tuvieron en principio efectos inflacionarios porque la mayoría del público confiaba y ahorraba en moneda argentina. Se unificaron impuestos internos, se crearon el impuesto a las herencias y a los dividendos de las sociedades anónimas, y se estableció el primer sistema de coparticipación federal. En 1935 se fundó el Banco Central de la República Argentina para la regulación de la actividad bancaria y el control de la emisión de moneda, destacándose el gerente general Raúl Prebisch. Hay un exquisito libro del economista Juan Carlos De Pablo llamado “Pinedo y Prebisch”, un excelente ejemplo de debate de muy fácil abordaje.
El resultado fue el equilibrio fiscal, el establecimiento de una nueva cultura tributaria y la regulación moderada de la economía por parte del estado. Hay que destacar que los organismos creados nacieron con una conducción profesional de alto nivel intelectual cuyo deterioro disminuyó su capacidad real de regulación autónoma. Si bien la gestión de Pinedo duró sólo dos años, marcó un nuevo tiempo para las políticas económicas del estado, y logró mantener a la Argentina fuera de la crisis global, mejorando las capacidades nacionales para enfrentar los desafíos que 1929 introdujo en las relaciones internacionales. Los sucesores de Pinedo, Roberto Ortiz y Carlos Acevedo siguieron sus lineamientos e incluso el primero se convirtió en presidente, sin ocultar la falta de transparencia de los comicios de 1937.
El segundo ministerio de Pinedo: el primer plan económico argentino
Ya en el gobierno Ortiz, el inicio de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939 provocó un escenario dramático para la economía global. El 2 de septiembre de 1940 Pinedo volvió al palacio de Hacienda y propuso un programa económico para su tratamiento legislativo. Su negociación con el líder radical Marcelo T. de Alvear no llegó a buen término, a pesar de la coincidencia entre ambos con las políticas a establecer. El fraude electoral se convirtió en la piedra insuperable para cualquier acuerdo político.
Este “Plan de Reactivación Económica” contemplaba la compra de las cosechas por el estado; grandes obras públicas y privadas; fomento de la industria para exportar a los países de la región; creación de una unión aduanera con Brasil; construcción de viviendas populares financiadas por el Banco Hipotecario con créditos a 30 años; entre otras cuestiones. Lamentablemente la ruptura entre el oficialismo y la oposición impidió el avance del plan y Pinedo renunció en enero de 1941. Volvería al ministerio en 1962, pero esa es otra historia. Como dato curioso, este Federico Pinedo es el abuelo de quien fuera presidente del Senado durante la presidencia de Mauricio Macri.
El próximo artículo de esta serie será dedicado a los ajustes económicos llevados adelante con la regulación estatal, todos en la segunda mitad del siglo XX y las primeras décadas del siglo XIX.