Por Eduardo Lazzari. Historiador.
El siglo XIX fue el tiempo en que las mujeres comenzaron a deslumbrar en el ámbito de la literatura universal, y a ocupar nuevos espacios en toda la estructura social. Era la época en que se producía un gran escándalo cada vez que una mujer intentaba la publicación de sus creaciones literarias, tanto de ficción como de ensayo o de investigación, e incluso si intentaba incursionar en el periodismo.
Sin duda, el rechazo fue motivo de una escasa producción que, sin embargo, de la mano de audaces y decididas escritoras pudieron dejar testimonio de poesías, novelas, cuentos y textos que nada tienen que envidiar a los entonces aceptados trabajos de los hombres literatos, cuyas obras eran consideradas “normales” en una sociedad cambiante y progresista.
Tan violenta resultaba la reacción social cuando se publicaban obras escritas por mujeres que muchas de esas pioneras optaban por publicar, tanto libros como artículos periodísticos, con un seudónimo masculino.
Sin embargo, algunas damas se atrevieron a hacerlo, a pesar de los condicionamientos sociales, quizá en ciertos casos, amparadas por la protección que daba la pertenencia a ciertos sectores acomodados de la comunidad, pero sin duda es la marca de un carácter muy fuerte el hecho de esas publicaciones.
Hoy nos encontraremos con el ejemplo argentino de una mujer que, desde la literatura, buscó ampliar el espacio social y cultural que esos tiempos reservaban para la actividad femenina: Eduarda Mansilla.
Sus familias: su crianza en un hogar estimulante
Los tiempos convulsos de 1834 en Buenos Aires estaban marcados por la influencia de Juan Manuel de Rosas, cuya presencia o ausencia de los asuntos públicos porteños, provocaba una gran inestabilidad institucional, que iba a resolverse al año siguiente cuando el “Restaurador” volviera al cargo de gobernador, que había abandonado dos años antes.
Rosas estaba regresando desde el sur luego de la campaña contra el indio que había llevado a cabo y que había concluido en el campamento de Choele Choel. Pero la realidad de la familia era diferente. La hermana de don Juan Manuel era el centro de la atención, ya que se estaba en las vísperas del nacimiento de un nuevo vástago, que sería mujer.
El 11 de diciembre de 1834, en la casa del matrimonio formado por el general Lucio Norberto Mansilla, héroe de la Independencia, y doña Martina Agustina Dominga del Corazón de Jesús Ortiz de Rozas López de Osornio, nacía Eduarda Dámasa, que iba a ser bautizada al cumplir un mes de vida. Es interesante recordar que el futuro gobernador Rosas había cambiado su apellido luego de una legendaria pelea con sus padres, pero también que el resto de sus hermanos había mantenido el Ortiz de Rozas original. No deja de ser una curiosidad que el nacimiento de la niña se haya producido sólo un mes después que el de José Hernández, el poeta nacional.
Eduarda era la segunda de seis hermanos, y tenía tres medios hermanos, nacidos del primer matrimonio de su padre. Don Lucio Norberto, que más adelante se iba a convertir en el héroe del combate de la Vuelta de Obligado, brindó a todos sus hijos una formación intelectual muy superior a la habitual en esos años de la Buenos Aires federal.
Eduarda era la sobrina preferida de Juan Manuel de Rosas, lo que la hizo una habitual presencia en el caserón de Palermo de San Benito, desde donde se manejó la política del país durante casi veinte años. Eran sus compañeros de juego su prima Manuelita y su hermano Lucio Victorio. Ya por entonces se destacaba por la diversidad de sus lecturas, algunas clandestinas, y por sus primeros escritos.
Caído el gobernador Rosas en 1852, luego de la derrota del ejército porteño en la batalla de Caseros, en manos del gobernador entrerriano Justo José de Urquiza, la familia Mansilla mantuvo su presencia social y a pesar de la persecución contra los seguidores del huido Restaurador, siguieron siendo protagonistas de la vida porteña. Incluso, su hermano Lucio, por quien Eduarda sin duda sentía predilección, llegó a retar a duelo a José Mármol por las ofensas a su padre que el poeta incluyera en una de sus obras; la gran novela “Amalia”.
El 31 de enero de 1855, Eduarda se casa en Buenos Aires con Manuel Rafael García Aguirre, matrimonio que tendrá seis hijos: Eduarda, Manuel, Rafael, Daniel, Eduardo y Carlos. Como los contrayentes eran, ella sobrina de Rosas, y él hijo de un feroz opositor del régimen rosista, la prensa porteña llamó al casamiento “El romance de Romeo y Julieta”. Aquí nace el linaje García Mansilla, que hasta hoy tiene presencia social e incluso en estos tiempos políticos, uno de sus descendientes es candidato a juez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Eran los tiempos en que el estado de Buenos Aires estaba separado de la Confederación Argentina.
Una gran viajera
El matrimonio García Mansilla, tal como decidieron llamarse y poner como apellido a sus hijos como un signo de reconciliación de los argentinos, viajó por el mundo a lo largo de los años, y así conocieron las principales ciudades europeas, como París, Londres, Florencia, Viena y las norteamericanas Washington y Nueva York. Acompañó en sus destinos diplomáticos a su hijo Daniel, que se convirtió en embajador argentino y eso le permitió conocer las cortes de Austria-Hungría, Francia e Inglaterra. Este contacto con el mundo moderno fue fundamental para su pensamiento y su obra literaria.
Frecuentó la amistad de Domingo Faustino Sarmiento y Aurelia Vélez. El respeto y la admiración que sus obras y su propia persona causaban entre sus contemporáneos fue un motivo personal de satisfacción. Sarmiento dirá de ella en 1885: “Eduarda ha pugnado diez años por abrirse las puertas cerradas a la mujer, para entrar como cualquier cronista o repórter en el cielo reservado a los escogidos machos, y por fin ha obtenido un boleto de entrada, a su riesgo y peligro…”. El matrimonio vivió fuera de la Argentina casi 20 años, y Manuel moriría durante uno de esos viajes por el viejo continente en Viena en 1887, lo que produjo el retiro de Eduarda de toda actividad social, sólo aceptando visitas selectas en su casa.
Sus artes: la literatura y la música
Eduarda Mansilla, en sus primeras obras, se convierte en la pionera de la introducción de la problemática de los indios en la literatura argentina, incluso anterior a su hermano Lucio y su Excursión a los indios ranqueles. El médico de San Luis, que publicó en 1860 bajo el seudónimo de Daniel y que en su segunda edición, ya lucía su nombre completo en la tapa, es una estampa de la vida fronteriza en los inicios de la organización nacional. Es un libro que muestra su capacidad de interpretación y entendimiento de la realidad social y política, a la que estaba atenta pero no participaba por su condición femenina.
En 1869, publica en París Pablo, ou la vie dans les Pampas, obra escrita en francés y que fuera elogiada en forma entusiasta por Víctor Hugo con estas palabras: “Su libro me ha cautivado. Yo le debo horas cautivantes y buenas. Usted me ha mostrado un mundo desconocido. Usted escribe una excelente lengua francesa, y resulta de profundo interés ver su pensamiento americano traducirse en nuestro lenguaje europeo. Hay en su novela un drama y un paisaje: el paisaje es grandioso, el drama es conmovedor, Se lo agradezco señora, y rindo a sus pies mis homenajes”. Es de destacar que Víctor Hugo es el más grande escritor francés del siglo XIX. Eduarda ingresó para siempre en los ambientes culturales parisinos y europeos.
En su vida literaria, transitó por diversos géneros, tan distintos como el cuento infantil, el libro de viajero, las obras de teatro y la novela histórica. Se destacan Lucía Miranda, La batalla de Santa Rosa, Los Carpani, La marquesa de Altamira, Recuerdos de Viaje y quedan inéditos aún una novela llamada Marta y un libro de cuentos fantásticos.
Su formación exquisita incluyó el piano, fue una intérprete inigualable y una compositora notable. Son sus obras las romanzas Une larme sobre letra de Alfonso de Lamartine, Octobre con letra de François Coppée, las canciones Légende, Espoir en Dieu sobre letra de Victor Hugo, Cantares sobre letra de Adolfo Mitre, la balada Brunette y el bolero Se alquila”.
En Europa, fue discípula de Charles Gounod y Jules Massenet, dos de los músicos más extraordinarios de ese tiempo. También conoció a Gioachino Rossini, el compositor de la ópera El barbero de Sevilla, entre otras muchas, y fue amiga de célebres cantantes como la contralto Marietta Alboni y el tenor Enrico Tamberlick. En sus últimos años de vida, solía interpretar el piano a cuatro manos con Alberto Williams, quizá el más grande músico clásico argentino.
Su muerte y la necesidad del rescate de su memoria
Eduarda, ya viuda e instalada en Buenos Aires desde 1890, muere el 20 de diciembre de 1892, a los 58 años, rodeada del afecto familiar y el respeto de la sociedad porteña. Se celebró un multitudinario funeral en la Catedral de Buenos Aires y fue sepultada en el panteón familiar del Cementerio de la Recoleta, donde permanece hasta hoy.
Es sorprendente la falta de recordatorios y de homenajes a su figura. Sólo alguna calle en un pueblo pampeano o su nombre en una sala de una pequeña biblioteca popular ponen en valor su legado cultural. Buenos Aires, la ciudad en la que nació y murió, la ignora totalmente.
Hace poco tiempo, algunas editoriales de autor han rescatado su obra y no es atrevido decir que encontrarse con los textos de Eduarda Mansilla es descubrir una obra literaria extraordinaria que ubica a la autora entre las más significativas escritoras argentinas.
Sus obras musicales la colocan en el carácter de una exquisita compositora no teniendo en el repertorio argentino el lugar que le corresponde. No es una osadía decir que por la diversidad de sus intereses es la más compleja creadora de la Argentina del siglo XIX.